miércoles, 29 de julio de 2009

Letargo Silencioso

Miré alrededor, y sólo divisé vacío, oscuridad. Grité tu nombre cuantas veces pude, pero el eco de mi voz era la única respuesta. Corrí por toda la extensión de ese espacioso lugar; me temblaban las piernas, me sentía extenuada, y, de pronto, comencé a sentir en mi pecho una leve llama de taciturno temor, que se acrecentó al pasar la noche.
De un momento a otro, caí en el horrible mundo onírico de las pesadillas. El sueño era idéntico a la realidad; no te encontraba, y yo estaba sola.
Abrí los ojos de repente, y toda esperanza ya estaba extinta. Esta vez, no pude evitar que lastimosas lágrimas fluyeran por mis mejillas; porque, esta vez, el dolor no era superficial, estaba tan dentro de mí como la sangre que recorre mis venas.
Ácido; lo sentía como ácido en mi piel, en mi corazón.
Y ese pequeño vacío que había observado semanas atrás en mi pecho, creció en toda su extensión.
Yo, una débil persona, caí de rodillas en aquélla oscuridad. Así mismo, no sentí nada bajo mi cuerpo. Todo, absolutamente todo, era vacío. Y allí caí profundo, sin encontrar el maldito fondo dónde estropearme por completo.
Y hasta el día de hoy, no logré encontrar la superficie
Porque ni siquiera me detuve a buscarla.

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